Índice
Párrafos iniciales [José Luis Jerez Riesco]
Prólogo [Gregorio Marañón]
CORAZONES VACÍOS
Agonía del siglo
Vida recta
MANANTIALES DE VIDA
La tierra original
El corazón y las piedras
La carne que despierta
La vocación de la felicidad
Pascua de Navidad.
LA CONGOJA DE LOS HOMBRES
Los ciegos
Huellas de dolor
Los santos
Crucifixión eterna
Nadie
Haber amado mal
LA ALEGRÍA DE LOS HOMBRES
Fuertes y duros
El precio de la vida
Renunciación
El poder de la alegría
Soñar, pensar
La paciencia
La obediencia
La bondad
Beata Solitudo
Grandeza
SERVICIO DE LOS HOMBRES
Los grandes ejercicios
Domar los corceles
El cielo apocalíptico
Luces
Intransigencia
Nuestra cruz
EL DON TOTAL
Reconquista
Escuadrillas de almas
Cimas
Orientaciones
«El título de la obra Almas ardiendo es la simbiosis perfecta de dos conceptos primordiales: el alma humana, principio espiritual de nuestra existencia, el aire purificador, el aliento interior y el fuego, otro de los cuatro elementos que proporciona esplendor, calor, pasión, vigor, luz y amor. El poeta latino Virgilio, en una de su más perfecta síntesis de las corrientes espirituales de Roma, dejó escrito aquel quamtum ignes animaque valent, es decir, cuánto pueden el fuego y el aire agitado, o lo que es lo mismo, las almas ígneas.
Un cuerpo sin alma no es más que un hombre desalentado, flojo, cobarde y perezoso. El alma, por su dimensión espiritual, es el contrapunto de lo corporal y de la vida material. Incluso el fuego necesita del viento para no extinguirse y su fuerza calcinadora, sin el aire, queda reducida a pavesas y cenizas sin posibilidad de rescoldo.
El fuego es la chispa que Prometeo robó a los dioses y la infundió en el alma de los mortales para que fueran, desde entonces, custodios del fuego sagrado tras recibir la enseñanza del arte de la vida iluminada por el rayo incesante, por el relámpago que nunca languidece. El alma, quintaesencia del hombre que le hace entender, querer y sentir, desde su dimensión sobrenatural participa de la inmortalidad de la luz. La llama vigoriza al alma ardiente y por eso Léon Degrelle, con la poesía, la épica y la mística de su verbo inspirado, con su espada flamígera, intentó, por medio de este libro, insuflar el incendio cósmico de las almas dormidas y sin respuesta para aportarles claridad, aquella que sólo puede ser trasmitida por el portador de la antorcha…»
[del prólogo de José Luis Jerez Riesco]